Por
Nora Fusillo
Seguir creyendo que tener un título técnico, profesional,
universitario, académico, es suficiente y de por sí solo basta para
insertarse laboralmente nos deja fuera de la realidad actual.
La
educación es y seguirá siendo el piso básico en el que se apoyará nuestra
posibilidad de crecimiento, con la exigencia de actualizarnos
permanentemente. Sin embargo, la diferencia "que hace la diferencia" pasa
por lo que llamamos el "plus personal". Este concepto empieza por hacer lo
que me gusta y lo mejor que puedo.
Desde ahí se disparará nuestra
potencialidad de dar servicio, siguiendo la fórmula que hoy se denomina
"inteligencia emocional" y que apela a armonizar los pensamientos y las
acciones con los sentimientos y las emociones, sin reprimirlas ni desoírlas.
En este punto entramos a definir la
importancia de cómo establecemos los vínculos con los otros (clientes,
jefes, pares, proveedores). La manera de relacionarse en forma empática,
materia que aún no se enseña formalmente en las escuelas y universidades, es
la que hace la diferencia a la hora de la atención y es determinante en la
satisfacción del otro y en la calificación de la calidad de nuestro
servicio.
La formación técnica apunta generalmente
al "qué hacer" y hoy sabemos que esto es insuficiente. Es en el "cómo hacer"
donde se concreta este valor agregado.
El plus personal empieza a partir de algo tan fundamental y a la vez tan
simple como atender a un cliente con un sonrisa sincera y espontánea, el
trato cordial, que nazcan naturalmente como producto de estar bien con
nosotros mismos.
En este punto, estamos todos igualados
frente a las circunstancias que nos tocan vivir. Cualquiera sea nuestro
trabajo, la apelación de cambio es la misma y en cierta medida, desde mi
experiencia en los seminarios, registro que esta transformación, muchas
veces, es más fácil para aquellos que cuentan con conocimientos menos
estructurados, a quienes incorporar nuevos conceptos les significa una tarea
más fácil que para aquellos que por disponer de sólidas y ricas estructuras
de conocimiento, tienen que abordar planteos de revisión en muchos casos de
ciento ochenta grados y que deben apelar al máximo de su flexibilidad e
imaginación.
¿Dónde encontrar este espíritu
emprendedor? Dentro de nosotros mismos. ¿Cómo? El primer paso es quemar las
naves, es decir: dejar atrás todas las viejas actitudes y esquemas de
pensamiento para encarar el tema de la subsistencia y no intentar resolverlo
con recetas y consignas que no abordan las verdaderas y profundas causas del
problema.
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