Por Araceli
Bellotta
Cuando Bartolomé Mitre
finalizó su mandato presidencial fue elegido senador por Buenos Aires, pero
tuvo que buscar otro trabajo porque en aquel tiempo los legisladores
cobraban sueldo solamente los meses en que sesionaba la Cámara. Así se
le ocurrió fundar un diario. Convocó a un grupo de amigos y, para juntar la
suma que le correspondía, vendió algunos de sus cuadros y muebles.
Su sucesor, Domingo F. Sarmiento, mientras fue presidente vivió en una
casa alquilada, tan pequeña que debió aclararle a su amigo tucumano,
José Posse, que, si lo visitaba, conversarían "de cama a cama" porque no
contaba siquiera con un cuarto de huéspedes. Una vez terminado su mandato,
también fue elegido senador por su provincia pero recién logró comprar una
vivienda cuando le devolvieron un antiguo préstamo. Este dinero, sumado a
los ahorros de su sueldo presidencial, le alcanzó justo para pagarla. El
vendedor ofreció una rebaja en consideración a su investidura, pero
Sarmiento insistió en pagar el precio inicial bajo amenaza de anular la
operación.
Ni al mismo Juan Manuel de Rosas, condenado en ausencia por crímenes de lesa
humanidad, pudieron acusarlo de enriquecerse del erario.
Al entrar en el siglo veinte, la figura de Hipólito Yrigoyen impresiona por
su decisión de forjarse una sólida situación económica para luego dedicarse
a la política en la que invirtió importantes ganancias obtenidas con su
trabajo en el campo.
Las razones de su éxito
Estos son algunos de los tantos ejemplos que demuestran que quienes se
dedicaban a la política en el pasado tenían una concepción opuesta a la
actual acerca del éxito en sus gestiones y, por lo tanto, fijaban sus
prioridades en el sentido exactamente inverso: para acceder al poder
procuraban obtener prestigio, credibilidad pública y figuración social,
condiciones resultantes de su participación en la guerra por la
independencia o del aporte de sus ideas en el período posterior. Por esta
razón, se esmeraban en cultivarse y en protagonizar los debates
parlamentarios que eran verdaderas cátedras a las que asistían los
estudiantes como complemento de su formación. Para ellos, el poder nada
tenía que ver con la acumulación de propiedades. En las clases de historia,
nuestros maestros pudieron referirse a estos antepasados como quienes
intentaron organizar la Nación, discutieron sobre el tipo de Constitución y
hasta se mataron por la forma de gobierno a establecer.
Es un buen ejercicio de imaginación suponer qué escribirán los historiadores
argentinos del siglo próximo cuando intenten descifrar las ideas que los
sustentaron. Porque así es como se construye la historia, con pensamientos y
valores que se transforman luego en sucesos políticos y modos sociales.
Tendrán que explicar que a fines del siglo veinte se produjo en la sociedad
un cambio en la concepción del éxito, asociado casi exclusivamente con el
dinero y que los políticos, como ningún otro sector, encarnaban esta
creencia. El poder trocó su condición de medio para convertirse en un fin en
sí mismo. |