Martes 5 de Marzo de 2000

Opinión

En el Día del Maestro

HABLA DOMINGO F. SARMIENTO

Por Araceli Bellotta

CADA 11 de septiembre se repite el mismo ritual en torno a la figura de Domingo Faustino Sarmiento. En las escuelas los chicos cantan el himno al "padre del aula, Sarmiento inmortal" y expresan un merecido agradecimiento a sus maestros. Los medios de comunicación abundan en anécdotas sobre su vida, en las que nunca faltan doña Paula y su inseparable higuera. Se depositan ofrendas florales en su monumento de Palermo en el que, con perdón de Rodin, no está muy favorecido, mientras que los funcionarios, con evidente preocupación, reconocen que hay mucho que hacer por la educación, que es el pilar de la sociedad, etcétera, etcétera.

El homenaje sería cabal para Sarmiento y beneficioso para todos si los encargados de la cosa pública distrajeran un poco del tiempo que invierten en evaluar cuántas veces aparece su nombre en la prensa para leer alguno de los cincuenta y dos tomos de sus Obras completas y reflexionar sobre sus ideas. Por lo menos, podrían aprovechar sus diagnósticos sobre temas frente a los cuales parecen bastante desorientados.

Hace casi un siglo y medio, el 15 de julio de 1853, cuando los senadores de Chile se negaban a votar una renta especial para la educación de ese país, Sarmiento escribía (1): "Deseáramos que el ministro de Instrucción Pública, que lo es también de Justicia, al lado de los datos sobre escuelas, nos diese la estadística criminal de este año, según debe resultar del examen de la administración de Justicia. Si hemos de juzgar por lo que del movimiento de la policía comunican los diarios, casi no se pasa día en que no haya quince o treinta personas aprehendidas por delitos, infracciones o sospechas de crimen, lo que haría un personal de cuatro mil individuos visitando anualmente nuestras cárceles y juzgados".

En el párrafo siguiente señala: "Es, no obstante, un hecho que tiene sobrecogidas y amedrentadas las poblaciones de Valparaíso y Santiago, la repetición y audacia de los crímenes que en robos y asesinatos se cometen diariamente. Pasan, nos atrevemos a computarlo, de cien mil pesos los valores robados en ambas ciudades en estos últimos meses; y lejos de ser un accidente de una estación, de una ciudad, o de una circunstancia dada, parece esta recrudescencia de disposiciones criminales un hecho constante, y como manifestación natural de algún vicio orgánico de la sociedad".

En cuanto a la explicación del fenómeno sostiene: "En los tiempos en que reinaba el quietismo de la vida colonial, sin necesidades como sin aspiraciones, sin movimientos como sin tropiezos, todas las clases de la sociedad vivían contentas con su situación, creyéndola natural y sin cambio posible. No sucede hoy lo mismo. La industria y el comercio acumulan riquezas, crean necesidades, estimulan apetitos y excitan movimiento. El espíritu general se cambia insensiblemente, el malestar aqueja a los que nada poseen, en razón de la imposibilidad y de la impotencia de adquirir y de gozar por lo menos. Con las fortunas de millones, vienen naturalmente asociados los robos por miles; y con el progreso general de la riqueza, los estímulos que aguijonean las malas pasiones de la muchedumbre".

Y ésta es su propuesta de solución: "Extended la educación, y habréis disminuido el pauperismo y el crimen. Aumentad el número de escuelas, y habréis disminuido el número de los que tarde o temprano han de ir a parar a la cárcel o a la casa de mendigos. Si no fuese como cristianos, como contribuyentes debemos preferir el primer sistema".

Para que no queden dudas sobre la contudencia de su afirmación, agrega: "Cien mil pesos robados en un año son, pues, una buena contribución impuesta al público por su negligencia en morigerar esas pasiones desordenadas, y en abrir a millares el camino de procurarse honradamente los medios de satisfacerlas. Es muy financiera y muy en su cuerda esta contribución de cien mil pesos impuesta por los ladrones a los vecinos que tienen que perder".

Responsabilidad del Senado

Claro que Sarmiento no podía imaginar que, ciento doce años después de su muerte, en su propio país, sus compatriotas harían el esfuerzo de pagar un impuesto para mejorar un poco la educación y, menos aún, que esa expectativa se vería frustrada porque el dinero todavía no llegó a los docentes. Tampoco podía saber que la investidura de los destinatarios de su artículo -los senador- estaría hoy puesta en duda por un escándalo que pone en riesgo a una de las instituciones fundamentales de la Nación. Sin embargo, escribió: "Como contribuyente, pues, es como la sociedad, y en ella los miembros de la actual mayoría del Senado, se verán luego compelidos a precaver sus haberes de los ataques del deseo de adquirir, que, como ellos, sienten otros que carecen de los medios legítimos de hacerlo, por falta de educación, por vicios adquiridos y por consecuencia necesaria de su degradación y embrutecimiento".

Cierra su artículo con esta convicción: "El Senado volverá sobre sus pasos, y la educación pública podrá contar un día no lejano, con su única base posible de existencia y desarrollo, rentas suficientes, destinadas directamente para su sostén".

En estos tiempos en los que impera la moda de humanizar a los próceres con noticias que a veces poco aportan a sus vidas y a las nuestras, es bueno bajarlos del bronce, pero para acercarlos a la realidad, tomarlos como modelos (tan escasos en la actualidad) y aprender de sus experiencias. Porque ésta es una de las utilidades de la historia.

En ese ejercicio tal vez se nos contagie algo de la genialidad de Sarmiento, esa extraña capacidad de percibir con perspectiva histórica su propio presente. © La Nación