Publicado por: Information Technology - Mayo de 1997 - N° 102
Autora: Nora Fusillo

CÓMO SE MANIFIESTA NUESTRO CRÍTICO INTERIOR

Nos criamos en un medio donde nos enseñan a complacer a los demás como condición para ser aceptados: si queremos caer bien, tenemos que ser amables, agradables. Así empieza a constituirse en nosotros una especie de juez, que se encarga de acumular todo tipo de normas sobre cómo actuar o dejar de hacerlo en cada momento, sobre cómo vestirnos o sentir, sobre cómo expresarnos para estar a salvo en el mundo. "Si uno hace tal cosa, pasa tal otra," nos advierte nuestro crítico interior; "si uno se porta de tal manera, es inevitablemente castigado." Entonces empezamos a supeditarnos a una serie de reglas que pasan en una buena medida por dejar de hacer o por hacer según los otros esperan de nosotros para conformarlos.

NACIMIENTO Y DESARROLLO DE NUESTRO CRÍTICO INTERIOR

Nuestro crítico nace con una causa justa: la de protegernos. En nuestros primeros años de vida somos tan vulnerables a la crítica ajena y tenemos tal capacidad de absorción de lo que los otros nos señalan como errores que nuestro crítico se erige para ayudar a defendernos. En su forma de ver las cosas, si él nos critica primero se asegura de que no cometamos errores y por consiguiente, de que no nos abandonen, rechacen o profieran duras críticas. Evita así que nos expongamos al ridículo o a pasar vergüenza.

Pero el crítico se consolida con los años y va ganando paulatinamente más terreno. Es como una voz que empieza a monitorearnos, a controlar todo lo que vamos haciendo o diciendo, a castigarnos y hablar en contra nuestro. Hal Stone lo define como "esa imperceptible voz que no cesa de hacer comentarios sobre lo mal que estamos haciendo las cosas" ya que su especialidad mayor no es tanto indicarnos cómo actuar sino más bien cómo no hacerlo. Se parece a una FM que transmite sólo para nosotros, o a una cinta de grabador que olvidamos parar y que nos acompaña como telón de fondo en todos nuestros quehaceres. Pero lo interesante es que muchas veces nos da órdenes contradictorias: si fuimos muy expresivos por ejemplo, nos reprende por haber sido demasiado extrovertidos; y si fuimos por el contrario sobrios en la demostración de nuestros afectos, nos reprocha el haber sido tan cortos. Además, tiene una notable capacidad de transformar cualquier trivialidad en un holocausto mayor.

Nuestro crítico interior se mueve en torno a dos axiomas: "hay un único modo de hacer las cosas bien" -uno las está haciendo irremediablemente mal- y "los otros están registrando cada una de nuestras fallas." Al margen de lo bien que hagamos algo, de lo puntillosos y exhaustivos que podamos llegar a ser, nuestro crítico va a quedar siempre insatisfecho. Por eso el único modo de vencerlo es salirse de su juego.

Nuestro crítico tiene mucho que ver con nuestro perfeccionista, ese personaje que quiere hacer todo diez puntos o no hacer nada. A veces gente que uno tilda de "vaga" es así justamente por tener un grado de exigencia tan feroz que prefiere no hacer nada a tener que soportar los comentarios lapidarios que le hace el perfeccionista que lleva dentro.

NUESTRO CRÍTICO INTERIOR EN LA EMPRESA

Nuestro crítico interior no se silencia en nuestras horas de trabajo. En el caso que seamos jefes, puede transformarse en el elemento que más detenga el desarrollo de las personas que tengamos a nuestro cargo. Muchas veces sin quererlo podemos trasladar nuestra despiadada autoexigencia a los demás.

Aludiendo a un concepto ya enunciado, es muy probable que tras un empleado ineficiente se esconda una exigencia suya demasiado alta. Entonces, una forma de ayudarlo a que se destrabe puede ser bajarle la presión que ejercemos sobre él, diciéndole por ejemplo "hacé las cosas como puedas, de la mejor manera que puedas, pero del modo que a vos te guste y gratifique; y si en última instancia te equivocás, aprendés." La idea es fomentar entre la gente el tan mentado "just do it" de los americanos. Por otro lado, es difícil que un empleado nuevo no se bloquee si tiene como jefe a una persona con un crítico interior muy duro.

Como contrapartida a esa presión por agradar se nos enseñó también a aguardar que los otros satisfagan nuestras expectativas. Por eso en el entorno de trabajo solemos esperar de nuestro jefe ciertas respuestas que, de no verificarse tal cual las imaginamos, nos dejan con un sentimiento de frustración o desilusión. Además, no nos atrevemos a pedir aquello que sentimos que nos está haciendo falta y tampoco a señalar, por evitar posibles discrepancias con la conducción, realidades que intuimos que pueden llegar a perjudicar a la empresa.

CÓMO SALIR DEL EMBROLLO

La propuesta es empezar a tomar contacto con nuestro crítico conociendo los motivos que le dieron origen. El primer paso es aprender a escuchar qué es lo que nos dice, cuál es su texto específico, cómo verbaliza las órdenes que imparte para poder después positivizarlas y canalizar esa misma fuerza para crecer. Hay un lenguaje que es común a todos los críticos -son sus preferidas palabras como "error garrafal, fracaso o síntoma"- pero otro que es muy propio de cada persona, que tiene una estrecha relación con su crianza, con las situaciones de vida particulares por las que atravesó, y también con las características de su temperamento. Seguramente vamos a poder reconocer qué obsesiones de nuestro crítico heredamos de nuestra madre o qué temores eran típicos de nuestro padre, un pariente cercano o algún maestro que marcó nuestra infancia.

Una de las reglas básicas para salirnos de su juego es "dejar de hacer todo aquello que apunte a tratar de conseguir amor, dinero o poder." Otra es dejar de asociar el error a una experiencia de fracaso. El error simplemente forma parte de un aprendizaje necesario pues nos señala qué opción dejar de lado en otra oportunidad y cómo abrirnos a propuestas más productivas en el futuro. Además, nunca hay mejor empresa que aquella que se realiza. Si uno lo intenta, no se queda con el "hubiera o hubiese" o con el "debería haber hecho tal o cual cosa," que no hacen más que dejarnos con el sabor de la asignatura pendiente.

Además de comenzar a tener una calidad de vida diferente por reconocer y desarticular al crítico que tenemos adentro, nos cambian automáticamente muchas de las relaciones con las que estamos comprometidos. Porque con la misma vara con que nos juzgamos a nosotros juzgamos a los demás, con la misma vara educamos a nuestros hijos y les trasladamos la carga de nuestro propio crítico. El crítico representa por eso la mayor traba para las relaciones interpersonales y el mayor inhibidor de nuestro proceso de crecimiento personal, laboral y social.

Cuando empezamos a tomar conciencia de él, lo volvemos a escuchar pero ya de otro modo, no obedeciendo compulsivamente a lo que nos ordena. Tomamos cierta distancia, crecemos en la libertad tan propia de la persona madura, decidida y con independencia de criterio.